“Macron ha reducido la política al hombre providencial”

Entrevista con Pierre Serna, historiador del “extremo centro” francés

Pierre Serna historiador del extremo centro francésAntes incluso de que pase sus pruebas, el mito Macron ya es implacablemente analizado como factor de chaqueterismo. Sobre una sorprendente implosión de las divisorias políticas y entre los grandes discursos laudatorios sobre la “renovación”, la irrupción de la “sociedad civil” en la política e incluso la “revolución”, aparece algo tan banal, vulgar y humano como la adaptación oportunista de los políticos a la nueva situación y el carrerismo de los recién llegados a la Asamblea Nacional más elitista de la historia francesa.

Director del Instituto de Historia de la Revolución Francesa, por el que pasaron figuras como Georges Lefebvre y Albert Soboul, el historiador Pierre Serna (Castres, 1963) inventó en 2005 el concepto “extremo centro” que ve muy aplicable al fenómeno macronista, en un libro que llevaba el extraño título de La République des girouettes, la República de las veletas. Las clases de Serna, los jueves en el anfiteatro Descartes de la Sorbona, son objeto de culto.

Se tiende a asociar centrismo con moderación, pero a propósito del macronismo usted habla de “extremo centro” ¿Qué es eso?
El concepto de “extremo centro” lo inventé en 2005. Se basa en una doble constatación. Por un lado en el estudio histórico de las elites francesas entre 1789 y 1815, que muestra la versatilidad de los hombres en el poder en caso de cambio brusco de régimen y mayoría. Dirigentes preocupados por mantener sus puestos hasta el punto de renegar de sus principios y de tratar a sus opositores monárquicos o jacobinos de “extremistas”. Mi hipótesis de trabajo es que en un régimen republicano mantener a toda costa el poder ejecutivo antes que respetar el poder legislativo es una postura radical. La otra constatación tiene que ver con el referéndum de 2005 sobre la constitución europea, cuando se rechazó la voluntad popular libremente expresada contra una constitución demasiado liberal. Fue una denegación total de democracia que se realizó en nombre de una razón, de una sabiduría, supuestamente encarnada por burócratas, tecnócratas y elites francesas, que “sabían” dirigir al país hacia el centro. Hay una forma de radicalidad en la conservación del poder en nombre de la moderación, que se traduce en una especie de golpe de fuerza permanente contra la legitimidad popular. Claro, el lenguaje y la presentación política presenta eso como algo ponderado, pero las consecuencias son las de una gobernanza ejecutiva sin legitimidad democrática que en su autismo democrático acaba desembocando en un “extremismo de centro”.

¿Qué analogías personales de la historia francesa se le ocurren con Macrón, el político que se declara por encima de las divisorias ideológicas?
Aquí caemos en una trampa que es la pasión francesa del amor desmedido a los grandes hombres. Responder a esta pregunta equivale a comparar a Macron con un salvador. Solo hay dos soluciones: o bien es un pequeño Bonaparte, algo que no puede complacerle por más que conceda en que se diga, o bien se muere de ganas por ser un nuevo de Gaulle, lo que sería una pura ridiculez histórica. Sin embargo, él mismo se concibe como por encima de los simples mortales, como “un presidente jupiteriano”: lo dijo en octubre de 2016 en una entrevista con la revista Challenges…

“Estamos en una situación parecida a 1958, cuando el General de Gaulle hizo emerger un nuevo régimen con otros partidos”, coincide el ministro del presupuesto, Gërald Darmanin…
Creo que Darmanin toma sus deseos por realidad y se suma al juego preferido de los políticos franceses: querer entrar enseguida en la historia, antes incluso de haberla hollado aunque sea solo un poco, por la vía de dramatizar la situación. Es verdad que Macron es un presidente fuerte, pero no por su acción, sino gracias a las instituciones de la V República que aún quiere fortalecer más, gobernando por decreto y fortaleciendo más allá de lo razonable un estado de excepción para las libertades individuales y colectivas. Desde luego, no es popular: sólo ha recibido el apoyo del 23% del voto en la primera vuelta, es decir el 16% de los franceses inscritos en el censo. Su elección es legal, pero su legitimidad es particularmente débil, con récords de abstención batidos en las elecciones legislativas que debían consolidar su victoria.

Todo el mundo está de acuerdo en que la Asamblea Nacional ha dejado fuera a los “sectores populares”, pero, ¿no fue eso casi siempre más la norma que la excepción? ¿Dónde está la novedad?
Es un hecho que obreros y campesinos siempre fueron excepción en el hemiciclo, pero el engaño actual es pretender que la sociedad civil ha entrado en la Asamblea. Los estudios sociológicos muestran que por primera vez en la historia parlamentaria se ha superado entre los diputados el hito de un 70% de representantes de las clases sociales privilegiadas. El macronismo fortalece aún más la exclusión, no ya de los sectores populares sino de las clases medias mayoritarias de la sociedad francesa.

¿Qué puede unir, qué pueden tener en común, 350 diputados, más un centenar de satélites constructivos, reunidos por el arrastre de un líder que se declara “de izquierdas y de derechas”? ¿Qué es la “Orden de la Veleta” ( l´Ordre de la Girouette)?
Esta cuestión entra en el meollo del edificio del extremo centro. Fundada sobre una idea del rigor, la derecha se vio atrapada por las mentiras de su líder, Fillon. La izquierda construida sobre una idea de solidaridad garantizada por un Estado fuerte, renegó en gran parte de esa herencia. En esas condiciones, Macron, que es un fino maniobrero, no tuvo mayor problema en pretenderse por encima de los partidos. En realidad, rechazando la derecha y la izquierda ha deslegitimado la política, ha vaciado de su sentido el combate alrededor de los valores de la sociedad, reduciendo la opción al orden público más que al pluralismo político, a un hombre providencial más que a la opción colectiva de una convivencia en sociedad. Su postura determina una veleidad en aquellos que prefieren dejar de lado sus principios para intentar una nueva carrera política (cosa que, por supuesto, no reconocen) antepuesta a los intereses superiores de la nación y asumiendo un maquiavelismo destructor para los valores de la ética política. Esta actitud es un rasgo de las elites francesas desde 1815, que fue cuando la revista satírica “Le nain jaune”, ante la palinodia y la retractación de las elites que oscilaban según la coyuntura entre Luis XVIII y Napoleón, inventó irónicamente esta “Orden de la Veleta”, para designar el oportunismo político. En 2017 Francia no ha salido de esa debilidad de sus dirigentes.

¿Qué significa el colapso del sistema de partidos en Francia? ¿Puede ser Macron el enterrador, a su pesar, de la V República?
Ante el desgaste de los partidos políticos, Macron ha sabido aprovechar una oportunidad real, pero al hacerlo no ha inventado nada: maneja los viejos y clásicos hilos de las crisis políticas en Francia. ¿Enterrador de la V República? No. Necesita demasiado los poderes excepcionales de sus instituciones ¿Enterrador de la democracia? Puede ser, no tardaremos mucho en saberlo…

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