«La Unión Europea ha errado el cálculo tanto o más que Putin»

(Una entrevista de Jayro Sánchez para el digital «El Resurgir de Madrid»)

El Mar en Crimea. Cuadro de Arjip Kuindzhi, pintor ruso nacido en Mariupol.

Hace casi un año que Rusia invadió Ucrania, pero los expertos en relaciones internacionales afirmáis que el conflicto entre estos dos países se originó mucho antes. ¿Dónde situarías tú su inicio?

En el cierre en falso de la guerra fría. A principios de los noventa se pactó que la retirada soviética del espacio centroeuropeo, la disolución del Pacto de Varsovia y la reunificación alemana, acabarían con la lógica de bloques militares en Europa. El entendimiento general fue que todo eso no sería aprovechado para ampliar el bloque adverso, pero eso fue lo que ocurrió a lo largo de los veinticinco años siguientes. En lugar de la “seguridad continental integrada” firmada en la Carta de París para la nueva Europa de noviembre de 1990, se abrió paso una seguridad europea primero sin Rusia y luego contra Rusia. La OTAN no se disolvió y hoy está junto a las fronteras de Rusia creando las tensiones que justifican su existencia. Obviamente las responsabilidades de este disparate se reparten entre todos los protagonistas, pero la principal es de Estados Unidos, que no quería perder su dominio político-militar en Europa sin el cual su potencia global se resentía considerablemente. En segundo lugar, una Unión Europea germanocéntrica que se ha demostrado geopolíticamente analfabeta e impotente. En tercer lugar, el grupo dirigente ruso que en los noventa primero fue demasiado optimista con Gorbachov por confiar en la buena voluntad de sus interlocutores, luego se centró con Yeltsin en la privatización del patrimonio nacional sobre cualquier otra consideración, hasta que Putin empezó a ordenar las cosas recuperando intereses nacionales rusos y chocando por ello cada vez más con un Occidente que solo preveía un papel subordinado y subalterno para Rusia. Todo esto tiene una larga cronología y un desenlace con el cambio de régimen en Kiev del invierno de 2014 al que Rusia respondió anexionándose Crimea. Desde entonces aquel cierre en falso de hace un cuarto de siglo se dirime militarmente. El ejercito ucraniano que en 2014 era una birria fue armado y financiado intensamente por la OTAN desde entonces con el objetivo de batir a Rusia, recuperar Crimea e imponer con forceps una narrativa nacional antirrusa a la mayoría de la población ucraniana rusoparlante que no estaba de acuerdo con ella y que dio lugar a una guerra civil en el Este del país a partir del verano de 2014. Todo esto es una historia larga y compleja, repleta de sombras en ambos bandos. En su lugar lo que nos explican es un guion infantil de Hollywood: en Rusia hay un zar malo que quiere recrear la URSS a costa de la “Europa de los valores”, “democracia contra autocracia” y otros cuentos. Es lo que suele ocurrir en las guerras y en los pulsos entre potencias que éstas presentan como historias de buenos y malos.

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Esta guerra podría haberse evitado”

(Una entrevista de Anna Balcells para Avui-Punt Diari)

Caudillo de Rusia

La invasión de Ucrania es el último capítulo en el pulso que libran la Rusia postsoviética y Occidente. ¿Cuál es el origen de esta guerra? ¿Hasta dónde tenemos que remontarnos para entender como hemos llegado hasta aquí?

-Hemos llegado por tres motivos. Uno es el cierre en falso de la guerra fría. El incumplimiento de los acuerdos, verbales y escritos que la concluyeron dio lugar a una seguridad europea, primero sin Rusia y luego contra Rusia. Impedir un poder europeo autónomo en el mundo, era y es una prioridad básica de Washington. La tensión con Rusia es la solución.

En segundo lugar, los propios fracasos de la frustrada democratización soviética. Los espectáculos de la élite rusa por ser propietaria de lo que antes solo administraba, sus tres golpes de estado, y su gran desfalco del patrimonio nacional, contribuyeron a incrementar el deseo de antiguos súbditos de Moscú por convertirse en vasallos de Estados Unidos vía ampliación de la OTAN. A la promesa de la “democratización del socialismo” de Gorbachov, siguió la realidad de una restauración autocrática de Yeltsin y Putin. Desde ese cuadro la integración subordinada de las ex repúblicas soviéticas con Moscú no es muy atractiva para ellas y muchas prefieren ser vasallos de la Unión Europea y de Estados Unidos.

En tercer lugar, la implosión regional del nacionalismo ucraniano. La narrativa antirusa de las regiones del oeste y el centro, no funcionaba en el este y chirriaban en el sur. El pluralismo en Ucrania pasaba por mantener un equilibrio entre regiones. En 2014 un sector apoyado por Occidente lo rompió y convirtió tensiones en conflicto armado en el Donbas, secesión en Crimea y descontento en muchos otros lugares de Ucrania. El régimen ruso lo aprovechó para poner distancia con la OTAN y consolidarse ahora con una corta guerra victoriosa que neutralice los diversos descontentos internos en Rusia. Por su parte, Estados Unidos y la OTAN se gastaron miles de millones de dólares en modernizar y armar al ejército ucraniano y formar a 80.000 de sus soldados, entre 2015 y 2020. Así que los preparativos venían de lejos y en palabras del secretario general de la OTAN, “han tenido un impacto significativo” en la actual campaña.

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“En esta guerra no hay parte inocente, aunque puede discutirse el nivel de responsabilidad de cada cual”

Una entrevista de Pasos a la Izquierda sobre el conflicto de Ucrania

En la guerra de Ucrania no hay bando sin responsabilidad, dice Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona, 1956) en esta entrevista. Poch-de-Feliu fue 35 años corresponsal internacional en Eurasia, el grueso de ellos en Moscú y Pekín para La Vanguardia. Ha sido profesor asociado de la UPF de Barcelona y de la UNED. Actualmente mantiene un blog semanal dedicado a temas internacionales ( rafaelpoch.com ) y acaba de publicar en Contexto un librito titulado “La Invasión de Ucrania”.

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“Esta guerra es una pérdida de tiempo en un siglo en el que no nos podemos permitir el lujo de perderlo”

(Una entrevista de Pablo Iglesias, 1/04/2022)

Rafael Poch en una entrevista en La Casa Encendida

Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona, 1956) es una de las voces que más rigor y seriedad ofrece para hablar, en España, de la guerra en Ucrania. Autor de varios libros sobre Rusia y China, ha sido profesor de Relaciones Internacionales en la Universitat Pompeu Fabra y en la UNED y fue, durante más de tres décadas, corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Acaba de publicar en la colección “¡Movilizaos!” de la editorial de CTXT La invasión de Ucrania, una recopilación de textos suyos de los últimos ocho años que representan un mapa de urgencia para orientarse y entender las claves del conflicto. Navegando en un mar de basura informativa, periodismo de tertulia y propaganda, el libro de Poch es un bote salvavidas de decencia intelectual e información. Devoro sus 90 páginas en dos viajes de ida y vuelta de Galapagar a Madrid armado con un rotulador y un bolígrafo. Anoto y subrayo el texto sin compasión para preparar los programas de La Base que dedicamos a la invasión rusa de Ucrania y, finalmente, propongo al autor entrevistarle sobre su libro, pidiéndole que explique algunos párrafos que he subrayado con más agresividad de la cuenta. Allá vamos.

La Rusia de Weimar y la geopolítica

Esta Rusia de Weimar nunca habría llegado aquí sin su Versalles. ¿Repetirá Occidente el error intervencionista cuando llegue la quiebra del régimen de Putin?«

La primera parte no precisa explicación: todo el mundo entiende que el cierre en falso de la Guerra Fría, y la estafa que siguió a la histórica retirada imperial de la URSS, contribuyeron al actual estado de ánimo de la sociedad y de los dirigentes rusos.

Sobre lo segundo: mi impresión es que la guerra solo puede tener dos resultados para Rusia: 1- malo y 2- muy malo. Si eso es así la hipótesis de una quiebra de régimen en Rusia, a corto, medio o largo plazo, es bien plausible. En 1905, comenzó la quiebra del zarismo con un humillante desastre militar ante Japón. Por muy hábiles que sean los dirigentes rusos en la administración de las sanciones occidentales –y la política del Banco Central de Rusia no podemos calificarla de “hábil”– sus efectos serán devastadores para la sociedad rusa. ¿Cual será su reacción? No está claro que la actual caricaturización de la invasión imperial de Ucrania como una “II Guerra Patria”, una especie de apostilla a la II Guerra Mundial, funcione hoy en Rusia para que la ciudadanía se sacrifique en el altar de la “seguridad nacional” y las “amenazas existenciales” contra Rusia. No estamos ante la sociedad de aquella URSS de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, dispuesta a sacrificios extraordinarios. Menos aún sobre un guion deficiente. De ahí, mi pregunta sobre el “intervencionismo” exterior si se produce una quiebra. ¿Intentará Occidente poner a los suyos en Moscú, como hizo en Ucrania en 2014? Históricamente, el intervencionismo extranjero en un país como Rusia ha sido desastroso. Sería extremadamente peligroso.

Para China, Taiwán es su Ucrania. Saben que si Rusia se rompe los dientes allí aumentará su propia debilidad.

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“Esta guerra no era inevitable”

Una entrevista del semanario Brecha de Uruguay con el sociólogo ucraniano Volodymyr Ishchenko. (24 de marzo de 2022)

Por Francisco Claramunt

Investigador de los movimientos de protesta en su país, Ishchenko habló con Brecha de los debates sobre Ucrania en la izquierda global, del crecimiento del extremismo y del futuro de la identidad ucraniana.

Volodymyr Ishchenko es doctor en Sociología por la Universidad Nacional Tarás Shevchenko de Kiev e investigador asociado del Instituto de Estudios sobre Europa Oriental de la Universidad Libre de Berlín. Su trabajo se ha centrado en el estudio de la sociedad civil, las protestas y los movimientos sociales de Ucrania y la región. Es autor de varios artículos académicos sobre la política ucraniana contemporánea, el levantamiento de Euromaidán y la guerra en el Donbás. Ha publicado en Post-Soviet AffairsNew Left Review, entre otras revistas especializadas, y ha colaborado con The Guardian Al Jazeera Jacobin, entre otros medios internacionales. Actualmente está trabajando en la obra colectiva El levantamiento de Maidan: movilización, radicalización y revolución en Ucrania, 2013-2014.

—Fuera de Ucrania y de Rusia, existe un debate en la izquierda y sus intelectuales acerca de cuál debe ser la postura ante esta guerra. Algunas voces, como la de Noam Chomsky (véase en este número «Abrir la puerta de salida»), favorecen una salida negociada a la invasión y defienden esta búsqueda de un compromiso diplomático como el único enfoque sensato desde un punto de vista progresista. Otros, como por ejemplo Étienne Balibar (véase en este número «Sobre la guerra europea»), reclaman que la izquierda internacional dé todo su apoyo a la resistencia ucraniana y, al menos de momento, deje otras consideraciones de lado o en un lugar secundario. ¿Cómo ve usted este debate?

—Mi opinión es que la prioridad por sobre todas las cosas debe ser salvar las vidas ucranianas, las ciudades ucranianas, la economía ucraniana. Mientras más pronto consigas un acuerdo de paz, más vidas salvarás, menos ciudades serán destruidas y menos dañada resultará la economía. Si la guerra tiende a prolongarse, si ya no se trata de parar la invasión rusa, sino de, por ejemplo, lograr la caída de Putin cueste lo que cueste –lo que puede no ser un objetivo accesible–, significará transformar Ucrania en Afganistán. Un lugar donde una guerra eterna se sucede por años sin pausa, con un Estado fallido, con la economía retornando a un estado premoderno, con la industria completamente destruida y millones de refugiados que no pueden volver a su hogar por años [véase «Noticias de Moscú»]. Y este escenario, honestamente, sería solo el segundo peor para Ucrania si esta guerra llegara a degenerar en un conflicto nuclear. Claramente, no deseo esto para mí país.

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«Cualquier día vamos a tener una especie de nueva crisis del Caribe»

(Una entrevista de Àngel Ferrero para Catarsi Magazin)

La mayor parte de tu carrera como periodista ha sido como corresponsal internacional. Hace unos años regresaste a Gerona y tus colaboraciones en prensa se han reducido notablemente. ¿No te sientes algo así como ‘varado’ después de tantos años informando desde el extranjero?

Hay periodistas que no pueden dejar de serlo, que no pueden pasarse sin ver su nombre en letra impresa. Sin querer hacer de ello virtud, ese no es mi caso. Además hay mucho ruido ambiental y no estoy muy seguro de aportar algo a ese enorme concierto que cada vez me parece más improductivo, debido a su desfase con los problemas del mundo. Por otro lado, las colaboraciones de prensa se pagan muy mal. Los periódicos establecidos que mejor pagan -y que de todas formas no aceptarían mis colaboraciones herejes- puede salir a 200 euros una página de diario impresa. En la prensa digital “alternativa”, me dan 80 euros por una colaboración de ese tamaño cada quince días. Así que la tentación de enviarlo todo a donde dijo Labordeta, es bastante grande, ja, ja… Pero “varado”, en absoluto. Simplemente hay que cambiar de profesión, si puedes. No es que sea algo nuevo. Recuerdo en los años setenta lo que les pasó a los periodistas de “Mundo Diario”, que fue el diario de un empresario exótico de Barcelona, Sebastián Augér, bastante abierto a la izquierda y a los sindicatos. Cuando el diario cerró, sus periodistas no encontraron trabajo en otros medios, estaban marcados por la infamia de haber ido demasiado de por libre. Algunos se fueron a la universidad, otros se dedicaron a la lampistería y otros quizá se fueran a donde Labordeta…

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«Por primera vez nadie espera que las soluciones vengan de Estados Unidos»

El inicio de la crisis del coronavirus en China fue descrita por algunos medios como «el Chernobyl chino», sugiriendo el inicio de la decadencia de la potencia asiática. Un par de meses después, parece todo lo contrario…

Hay que ser muy prudentes, porque de este virus nos falta mucha información, pero de momento el Chernobyl no es tanto chino como americano. Hace unas semanas, cuando el principal foco era Europa, escribí que el siguiente problema gordo podía ser el de Estados Unidos, y eso es lo que tenemos ahora. En Estados Unidos se están confirmando las cosas más locas que se pensaban sobre ellos, como que es un país que pone el dinero por delante de la gente, que es incapaz de cesar sus sanciones que la crisis convierten en aun más criminales, o que tienen unos responsables políticos absolutamente disparatados, como el gobernador de Florida, Ron DeSantis,  que tiene una población de ancianos muy abultada y que no ha hecho prácticamente nada, o el de Georgia, Brian Kemp. Y eso por no hablar del principal incompetente y negacionista que está en la Casa Blanca, lo que no le impide ofrecer mil millones a una empresa alemana para hacerse con la exclusiva de posibles remedios.… Y mientras eso pasa en Estados Unidos, en China parece que de momento están saliendo. La actitud exterior china no solo no ha sido negacionista sino que ha dado información muy fluida a la OMS y ha hecho una labor de ayuda extraordinaria brindando a los demás un tiempo que no todos han sabido aprovechar para prepararse. Esta es una crisis en la que por primera vez nadie espera que las soluciones vengan de Estados Unidos, y parece que algunas incluso van a venir de China.

¿Por qué cree que se no se espera que las soluciones vengan de EE.UU? ¿Muestra una decadencia del país como potencia única o es por otras razones?

La crisis ha puesto en evidencia una situación que ya teníamos, que es una tendencia a cierto relevo de potencias. No en el sentido de que China vaya a ser la próxima superpotencia hegemónica, no está claro que China quiera ser eso, pero sí en el sentido de que el vector que ya conocíamos de que la potencia estadounidense se iba relativizando mientras la china se iba aumentando. Esta pandemia nos ha ofrecido una fotografía de eso. Y todo aquello que barruntábamos, de repente, lo vemos.

Antes sugería que quizás China no quiere ser esa potencia a la que parece estar llamada a convertirse. ¿Por qué?

Por tradición secular, China ha sido un país y una cultura introspectiva, más bien cerrada en sí misma. No ha sido una potencia expansiva. Sí, ha tenido cierta expansión imperial en su inmediato entorno, pero no ha sido un imperio de comercio de gran distancia ni nada de eso, como fueron las potencias europeas. Y el motivo podría ser la gran fragilidad interna que siempre ha tenido China, un país en el que siempre han coincidido las sequías con las inundaciones y, en fin, que siempre ha tenido enormes problemas de gobernabilidad interna. También cierta idea de superioridad y autosuficiencia, de «nuestra civilización como la más perfecta por lo que hay que concentrarse en defenderse de los bárbaros», lo que la Muralla China representa.

Pero todo esto puede ser música celestial si lo cotejamos con los imperativos de la globalización, cuando hablamos de una potencia industrial y de exportación, que necesita materias primas para funcionar, y eso cambia mucho las cosas. Desde el momento que eres la fábrica del mundo tienes que abandonar esa introspección y necesitas proyección exterior.

En Europa se ha instalado cierta idea fatalista de que, si vamos a competir con China, hace falta que demos un giro tecnocrático. ¿Es así?

Antes hablábamos de Chernobyl. En estos momentos Europa está en la UCI, clarísimamente. También ha ofrecido una fotografía en esta crisis de todas las miserias e insuficiencias que la Unión Europea demostró durante la crisis del 2008. El egoísmo de Alemania, la incapacidad de hacer una política solidaria dentro de un esquema diseñado como una autopista de la globalización neoliberal. Eso es muy difícil de transformar porque los tratados que regulan los principios neoliberales de la UE son inamovibles y están blindados contra el cambio, lo que agudiza la crisis interna.

Una crisis que parece recurrente entre el norte y el sur europeo.

En el caso de Alemania las posiciones han sido espectaculares, en una de las últimas reuniones, la del 26 de marzo, ante una presión considerable en pro de medidas solidarias, Merkel realizó una maniobra indecente. En manos de los cinco presidentes de las instituiciones de la UE (Consejo, Parlamento, Comisión, BCE y Eurogrupo) la posición de países como Francia, España e Italia en favor de los llamados coronabonos parecía ineludible, así que hizo que  la decisión se tomara  en el Eurogrupo donde los adversarios de esa política tenían más peso, con Holanda y Alemania en primer lugar. Este truco de Merkel lo explicaba el indecente Der Spiegel el dia 27. Este tipo de recursos ahora cada vez huelen más y son los que llevan a la UE a la UCI. La Comisión Europea, entre 2011 y 2018, exigió en 63 ocasiones a los países miembros que recortaran sus gastos en sanidad o privatizaran ambitos enteros de su sistema público de sanidad. La contabilidad es de Martin Schirdewan, coopresidente del grupo de la Izquierda unitaria europea. Esto es muy difícil de olvidar…

Así como en la crisis pasada no parecía tan factible, en la actual crisis se habla en voz alta de la posibilidad de una ruptura de la UE. ¿Cree que es posible?

Creo que estamos hablando de cosas que en cierta manera ya han sucedido. Siempre pongo el ejemplo de la Sociedad de Naciones (1919), la antecesora de la ONU. Fue un acontecimiento histórico, por primera vez las naciones del mundo intentaban ponerse en común, conscientes de que debían tratar problemas generales. La práctica demostró que no pintaba nada, fue impotente ante las catástrofes del periodo de entreguerras y no digamos en la génesis de la Segunda Guerra Mundial, así que se acabó disolviendo en 1946 sin que nadie lo notara. Pero luego se creó la ONU. ¿Por qué? Porque la necesidad de una coordinación entre estados para un gobernanza mundial existía, permanecía y se incrementaba trasla experiencia de la guerra mundial. Pues yo creo que con la UE pasará lo mismo, no sirve para nada, está complicando las cosas con el corsé del euro y de sus irreformables tratados germánicos de cemento armado, nos ha quitado soberanía y democracia, es imposible de cambiar con el actual esquema pero, al mismo tiempo, la necesidad de una integración entre las naciones de Europa es por todos reconocida y fundamental.

¿Las democracias liberales están peor preparadas para afrontar una crisis como la del coronavirus o no tiene nada que ver con sistema político?

La pregunta es: ¿Para vencer al coronavirus tenemos que ser un régimen autoritario de partido único o mandar a centenares de miles de uigures a campos de reeducación? Pues creo que es una idea disparatada. Porque de momento, insisto en el «de momento», quien lo ha hecho bien no es solo China sino Asia Oriental en general. Y ahí tenemos regímenes políticos muy diferentes: Japón, Taiwan, Corea del Sur… Y en China ha habido medidas de tipo autoritario (cuando el autoritarismo era necesario) pero también otras que simplemente tienen que ver con el buen gobierno y con anteponer la sanidad pública y los intereses de la población a la economía. Eso ha ocurrido bajo diferentes métodos. Ahora, sí que es necesaria cierta disciplina cívica y cierto regreso a una gobernanza estatal efectiva, cosas que en occidente se han perdido en beneficio de la gobernanza empresarial.

Uno de los debates es sobre las medidas de protección a la salud en contraposición con el impacto económico que podían generar. Y se le pueden sumar también los derechos. ¿Cree que en Europa se ha resuelto bien esta cuestión?

Respecto a las libertades, en condiciones de pandemia la solidaridad pasa por el distanciamiento social. Parece contradictorio, pero no, es absolutamente claro. El confinamiento por tanto no solo no es autoritario sino que es altruista y solidario. Ahora bien, el dilema entre la economía y la salud no es ninguna tontería.  El actual parón va a provocar un colapso mayor. Otra cosa es que el capitalismo siempre prime la economía en detrimento de la población. Pero en una posición 100% humanista, atenta a los intereses de la población, la pregunta continúa siendo válida: ¿Hasta qué punto este confinamiento llevado más allá de lo razonable no se puede volver contra nosotros? Estamos ante sociedades de clase y los de abajo son los que más van a sufrir. El dilema este es muy serio, independientemente de que Trump, Bolsonaro o Merkel, a otro nivel, le hayan dado una respuesta asquerosa desde el principio.

En un sistema comunista también habría este dilema, ¿no?

Claro. Por eso hay que buscar un balance. Pero es muy difícil porque esta pandemia, sin ser históricamente nueva, es novedosa porque hace tantos años que no ocurría algo así, y nunca en una sociedad tan moderna, que estamos en terreno desconocido.

Rusia ha apostado por unas medidas mucho más blandas que China o el sur de Europa en relación con el coronavirus. Parece que se ha alineado más con los países negacionistas. ¿Por qué cree que ha sido así?

Hay un punto de misterio en la respuesta rusa a esta pandemia, aún no está claro si es que han tenido suerte, si han acertado mucho en las medidas preventivas, o si han sido de una incompetencia increíble. O podría ser una combinación de todas estas. En primer lugar, las características de la sociedad rusa dan ventajas: hay menos sociabilidad que en España o Italia, tienen un espacio físico enorme, las redes viarias son menos fluidas, hay mucho comercio con China, pero es sobre todo de petróleo y gas… todo esto ayuda a que el impacto sea menor. Además Rusia cerró ya en enero la frontera con China, y desde febrero los pasajeros a Moscú eran controlados por equipos médicos, y a quien daba fiebre se le confinaba en casa. Todo eso ocurrió.

Más allá de lo que dice el Gobierno de Putin, entonces, ¿la clave es que Rusia apostó por la prevención?

Sobre todo fueron medidas muy prontas, ya desde enero. A partir de ahí, la vida en Moscú ha continuado con menos cambios que aquí hasta hace bien poco. Pero tienen pocos casos y por eso, a la pregunta de si se falsea la información, pues es totalmente plausible. Yo sostengo que en este tipo de crisis la estadística se convierte en un recurso de Estado: cada uno cuenta los muertos como quiere. Y eso es aplicable tanto a China como a Rusia, a Estados Unidos, Alemania o España.

Hay quien sostiene que la crisis del coronavirus puede generar un giro hacia posiciones más solidarias o de defensa de los servicios públicos. ¿Lo ve de forma tan optimista?

Yo lo que veo claro es que las cosas van a cambiar. Pero, ¿En qué línea? Esta es la cuestión. ¿Hay oportunidades para un cambio negativo o positivo? ¿Puede acabar esto en una guerra? Por qué no. ¿Puede acabar en una revuelta social o en un despertar social contra el neoliberalismo? Pues también, puede ser. Ahora bien, también es posible una utopía de estas orwellianas, con más control social, a partir de los precedentes liberticidas creados por la emergencia. Recordemos la nueva y desastrosa ola imperalista abierta por el 11-S neoyorkino: la «guerra contra el terror», es decir millones de muertos, Guantánamo y la NSA en nuestro teléfono móvil y nuestro ordenador. Mucho depende de la capacidad y exigencia de las sociedades para cambiar las cosas. Yo creo que el futuro está bastante abierto y tenemos que reconocer que simplemente no sabemos qué va a pasar. Hay condiciones para el desastre y también para un cambio socioeconómico que encare los retos del siglo (clima, recursos de destrucción masiva y desigualdad), pero no habrá «vuelta a la normalidad» porque ha sido esta normalidad la que ha creado el problema.

(Publicada en Diario.es y ampliada)

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Después del ataque de Estados Unidos a Irán, hacia un mundo más convulsionado.

(Entrevista a Rafael Poch-de-Feliu, en Izquierda diario.es)

Josefina L. Martínez

Entrevistamos a Rafael Poch-de-Feliu , analista internacional. Durante treinta años ejerció como corresponsal del periódico La Vanguardia en Moscú (1988-2002) y Pekín (2002-2008). Luego fue corresponsal en Berlín, hasta 2014. En enero de 2018 fue despedido como corresponsal de La Vanguardia en París. Actualmente mantiene un blog semanal dedicado a temas internacionales.

Autor de varios libros, entre ellos se encuentran: Tres Preguntas sobre Rusia (Icaria, 2000), La Gran Transición (Rusia 1985-2002) (Crítica, 2003), La Actualidad de China. Un mundo en crisis, una sociedad en gestación (Crítica, 2009) y La quinta Alemania. Un modelo hacia el fracaso europeo (Icaria, 2013). Su último libro es Entender la Rusia de Putin (Akal, 2019).

¿Cuál ha sido la intención de EEUU con un acto como el asesinato del general Soleimani?

En primer lugar no ha sido una improvisación impulsiva de Trump, ni una reacción ante los últimos eventos en Irak, sino una decisión que el estado mayor neocon preparaba hace tiempo, tal como explicaba The New York Times en su edición del día 12.

El General viajó a Bagdad en un vuelo regular y con pasaporte diplomático. No era una visita “conspirativa”. El primer ministro iraquí ha explicado que Soleimani  venía para recibir un mensaje saudí trasmitido por los iraquíes que actuaban como mediadores en lo que parece era un dialogo para el deshielo entre Teherán y Ryad. No creo que a Washington le gustara ese diálogo y los motivos son claros. Continuar leyendo «Después del ataque de Estados Unidos a Irán, hacia un mundo más convulsionado.»

La huelga de Francia

Mañana, 5 de diciembre, tendrá lugar en Francia una huelga general contra los proyectos del Presidente Emmanuel Macron de reforma del sistema de pensiones. Mucho se decide, en Francia y en Europa, en esta huelga. En esta entrevista, el economista y filósofo francés Frederíc Lordon, explica la importancia de esta protesta y la situa en su verdadero contexto. No es una reforma, sino una demolición. No es un fenómeno «de la presidencia de Macron», sino que viene de muy atrás. Y la protesta no es, ni debe ser, contra la demolición de las pensiones, sino contra todo el mundo que la rodea.